Cuando leí "Campos de Níjar" hace muchos años creo que lo que sentí fue vergüenza. Me dio vergüenza no haber sabido nada de todo lo que se contaba allí. De no conocer la historia. De no saber nada de tanto sufrimiento, ser parte de la historia de la indiferencia y del olvido. Lo mejor del libro es que no pretende dar lecciones. Es un testimonio, un acta de la situación real, una fotografía en blanco y negro de los años 50, un documental de Buñuel, un fragmento de una realidad que nadie quiere mirar. Los campos de Níjar se mostraban como el desierto que rodeaba a personajes sin presente ni futuro. En medio de tanta aridez, el olor de la carne muerta, tanto de los animales como de los hombres, el hambre de los niños y los viejos, la miseria de una vida que no puede llamarse vida. No recuerdo leer nada sobre la esperanza, ni conclusiones ni soluciones. Recuerdo el paisaje seco, el cansancio, el calor, el hambre, la enfermedad, la muerte.
En este breve fragmento que incluyo más abajo, el viejo que solo come tunas( así llaman a los higos-chumbos en Almería), que se muere de hambre y quisiera reventar de una vez por todas para acabar con tanta miseria y dolor, se humilla ante el narrador y ante sí mismo para aceptar una limosna. No quiere engaños, no tiene nada que vender, no hay paliativos, nada que mitigue tanta amargura. Este hombre es el hambre y la miseria ...y la dignidad. El narrador no puede hacer nada. Nosotros no podemos hacer nada. Pero no por eso nos sentimos inocentes.
Este es el gran Juan Goytisolo. Para mí, este es el Cervantes 2014, mucho más que el autor de las técnicas experimentales en "Señas de identidad". Cuando tengáis algún tiempo libre a lo largo de los años, leedlo. A cada uno se le quedará grabada una imagen de este libro. La mía es esta:
Campos de Níjar (Juan Goytisolo). Fragmento:
“— En su país debe llover. Siempre he querido ir a un país donde haya lluvia, pero nunca lo he hecho y ahora... Está ya duro el alcacer para zampoñas...
Las palabras salen difícilmente de sus labios y mira absorto a su alrededor.
— Aquí han pasado años y años sin caer una gota, y mi mujer y yo sembrando cebada como estúpidos, esperando algún milagro... Un verano se secó todo y tuvimos que sacrificar las bestias. Un borrico que compré al acabar la guerra se murió también. No se puede imaginar lo que fue aquello...
La llanura humea en torno a nosotros. Una bandada de cuervos vuela graznando hacia Níjar. El cielo sigue imperturbablemente azul. El canto de las cigarras brota como una sorda protesta del suelo.
— Nosotros sólo vivimos de las tunas. La tierra no da para otra cosa. Cuando pasamos hambre nos llenamos el estómago hasta atracarnos. ¿Cuántas dijo
que se comía usté?
— No sé, docenas.
— En casa hemos llegado a tomar centenares. El año pasado, antes de que mi mujer cayera enferma, le dije: “Come, haz igual que yo, a ver si reventamos de una vez”, pero los pobres tenemos el pellejo muy duro.
El viejo parece verdaderamente desesperado y, como hace ademán de levantarse y escapar, me incorporo también.
— ¿A cuánto las vende usted?--digo.
El viejo vuelca las tunas por el suelo y se mira las alpargatas
— No se las he vendido. Se las he regalado.
Torpemente saco un billete de la cartera.
— Es una caridad-- dice el viejo enrojeciendo--. Me da usté una limosna.
— Es por las tunas.
— Las tunas no valen nada. Déjeme pedirle como los otros.
Por la carretera pasa una motocicleta armando gran ruido. El viejo alarga la mano y dice:
— Una caridad por amor de Dios.
Cuando reacciono ha cogido el billete y se aleja muy tieso con el cenacho, sin mirarme”.